Pere Báscones (2014)
La creatividad es un valor en alza dentro del mundo de los negocios, y en gran parte se debe a que desde el año 2000 aproximadamente emerge el paradigma de la economía creativa, con teóricos como Richard Florida (concepto de clase creativa), que sitúan la creatividad y la cultura como motores del crecimiento económico. La creatividad se convierte, por lo tanto, en un factor en el que las ciudades (ahora también en la línea de ser ciudades inteligentes), los países y las regiones han de invertir si quieren marcar un perfil propio y ser nodos de atracción económica (hubs creativos). Dentro de este paradigma, la creatividad o, mejor dicho, el valor creativo y la innovación se empiezan a considerar como un factor estratégico que puede llegar a ser fuente de negocio [1].
Partiremos de la base de que la creatividad ha sido siempre considerada un valor positivo en todas las disciplinas del conocimiento como motor de avances (desde las artes hasta la ciencia). Quizá también es cierto que popularmente ha sido más identificada con la calidad que nutría la creación artística o la creación dentro de sectores relacionados ahora con las industrias culturales: la producción audiovisual, la publicidad, la moda, el diseño o el cine, por poner algunos ejemplos. A pesar de esta percepción, el hecho es que la calidad creativa, en cuanto que factor clave de innovación y de ideas para generar nuevos negocios, nuevas soluciones y nuevos inventos tecnológicos (aplicaciones por ejemplo), se ha mercantilizado hasta convertirse en una característica o competencia personal deseable que hay que fomentar, formar y pagar debidamente tanto o más que la formación técnica especializada o la experiencia. En este sentido, es interesante el debate abierto en torno al concepto de clase creativa, que en cierto modo rompe con la clasificación tradicional del trabajador a partir de su titulación y sus competencias (skills) y plantea asimismo otras vías que se puedan certificar. Se ponen en valor aspectos como la movilidad horizontal o la autoformación, que pueden llegar a generar perfiles profesionales singulares y altamente creativos en algunas personas.
Y la pregunta es: ¿dónde está esta creatividad?, ¿está en las personas?, ¿en las empresas?, ¿en la escuela y en la universidad?, ¿en la sociedad?, ¿o en definitiva en el sistema económico actual que intenta potenciarla y monetizarla?
Lo cierto es que la creatividad como cualidad o competencia personal ahora va mucho más allá de ser una cualidad que aporte soluciones originales a nivel visual o estético dentro de los sectores creativos tradicionales (arte, diseño, fotografía, publicidad, etc.). Y podemos decir que ahora ser creativo también se relaciona con ser una persona capaz de adaptarse a situaciones de cambio y complejidad para encontrar soluciones a problemas complejos. La mente creativa es, por lo tanto, un valor en alza en cuanto a que es capaz de abrirse a nuevos escenarios, luchar con nuevos enemigos y enfrentarse a situaciones cambiantes. Todo esto, en parte, ¡no lo olvidemos!, gracias a su vez a todos los artilugios y recursos que la sociedad de la información pone hoy a nuestro alcance para trabajar desde la conexión y la hiperinformación.
Esta adaptabilidad es un requisito de la globalización y de los problemas con múltiples raíces que el mercado y la sociedad piden. La cuestión es si este factor ahora tan deseable se puede potenciar fácilmente a partir de posgrados y másteres especializados, o debería formar parte de una manera de aprender, hacer y pensar mucho más transversal, implantada en todos los niveles del sistema educativo y universitario, y valorizada desde dentro de la propia sociedad.
El peligro está en creer exclusivamente en una creatividad que, como dice Guiomar Alonso, solo se busca para privilegiar su componente económico, gracias a que favorece la iniciativa empresarial y la innovación y mejora la productividad. Es decir, una creatividad que se pone en última instancia al servicio de crecimiento económico y, por lo tanto, del sistema capitalista imperante, sin ofrecer –desde el propio pensamiento creativo– un posicionamiento crítico y realmente globalizador, capaz de servir y atender a todos los ámbitos de nuestra vida como ciudadanos.
Es cierto que desde esta definición de creatividad orientada a la innovación y la práctica empresarial, también se puede justificar por el hecho de que pueda encontrar nuevas vías para llegar a mejores condiciones productivas, mejores tipos de puestos de trabajo y una economía creciente que favorezca la cohesión social y el bienestar global de la sociedad. Y es cierto que la creatividad puede fomentar todos estos modelos en pro de nuevos cambios, sea por los motivos que sean. Pero la experiencia también nos demuestra que todo esto forma parte más del guion optimista que nos venden desde la teoría política que de una visión objetiva de la propia realidad, y en especial en tiempos de crisis.
Un ejemplo de cómo la realidad castiga ciertas previsiones lo encontramos en las duras críticas que algunos autores han dedicado a la visión optimista del concepto de clase creativa (contra la clase creativa). La crisis europea ha dejado en evidencia a países como el nuestro, por su incapacidad para frenar la fuga de cerebros en un tiempo de crisis económica debido a que no encontraban trabajo a pesar de tener excelentes expedientes académicos. Algunos culpan a la crisis, pero no podemos olvidar que a fin de cuentas España ha seguido el guion de la troika y de un modelo económico neoliberal que no ha sido capaz de dar soluciones a los más preparados. También vemos cómo a menudo las industrias culturales (creativas), por ejemplo el cine, son más bien conservadoras y arriesgan poco, generando continuamente productos comerciales que aprovechan viejas fórmulas o remakes dejando el riesgo para el sector independiente. En definitiva, las estadísticas muestran que la creatividad y los peones creativos de hoy en día no están mejorando sus condiciones de trabajo tanto como se había pronosticado, hasta caer muchos en la precariedad imperante.
Deberíamos confiar en el potencial creativo como aquel que puede ayudar a un desarrollo humano más equitativo a nivel global y más justo. La creatividad debería ser un factor no solo al servicio de la economía y del crecimiento económico, sino también al servicio de las ideas, los pueblos, la ensambladura con el medio ambiente y la defensa de una justicia social universal, incidiendo en la política y aplicándose también en la resolución de problemas complejos de carácter social, político, cultural o religioso, para favorecer realmente un cambio de paradigma global.
En este sentido, muchas experiencias relacionadas con el mundo del diseño están ya surgiendo, y van desde el llamado diseño social, los proyectos profesionales cooperativos y de co-creación, las fundaciones para la transferencia de conocimiento, las nuevas experiencias de formación en clave de conocimiento o innovación abierta o los laboratorios creativos o fab labs.
Como experiencia podemos citar la Alianza Global para la Diversidad Cultural, una iniciativa de la UNESCO que se lanza como una experiencia piloto desde el 2001 para favorecer las condiciones para la creatividad y la diversidad. La misión era explorar nuevos mecanismos de cooperación dentro del área de la cultura y de la cooperación: www.unesco.org/culture/alliance. Lo cierto es que no deja de ser una iniciativa que pretende también dinamizar económicamente algunas economías débiles de países como los de Latinoamérica, pero la diferencia quizá está en la apuesta por las industrias culturales desde el respeto a la diversidad (frente al colonialismo cultural occidental) y por lo tanto adoptando un objetivo de fondo que no busca tanto el crecimiento económico formulado en términos neoliberales como el fortalecimiento de las economías locales (empoderamiento) a partir del valores culturales propios, como son la música, el cine, la artesanía, las artes y las artes escénicas. Hay, por lo tanto, un objetivo más sociocultural y de beneficio mutuo. Lamentablemente, este tipo de iniciativas, a pesar de partir de la UNESCO, son pequeños esfuerzos que ponen en evidencia cómo a fecha de 2014 aún queda mucho trabajo por hacer y los esfuerzos internacionales para potenciar la idea de creatividad en clave de cooperación son todavía muy escasos. Es necesario, por lo tanto, impedir que la creatividad se identifique con un valor económico y se debe recuperar su valor social como motor de progreso humano y cultural desde la diversidad; se trata de tomar conciencia.
Otra experiencia destacable es la Comunidad del Global Shapers, una comunidad impulsada por el Foro Económico mundial que decidió hace unos años crear una comunidad de jóvenes menores de treinta años con una trayectoria profesional que hubiera generado impacto en su área de actividad. Hay unos 3.000 jóvenes de diferentes áreas que generan a partir de esta iniciativa debates y opinión sobre diferentes temas. Dentro de la comunidad el término hub también aparece como metáfora de conexión e interrelación de ideas en clave de intercambio de conocimiento y de influencia.
Y, por último, también habría que referenciar las ideas que se han potenciado desde la noción de “Economía del bien común”, según su ideólogo Christian Felber. Se trata de un movimiento que ha adoptado diferentes figuras que están generando una importante comunidad de asociaciones, tanto entre personas como de entidades, pueblos e incluso regiones. Su paradigma radica en pensar desde un modelo de economía alternativo que busca generar un marco legal vinculante para la creación de unos valores de orientación empresarial y particular que se orientan al bien común.
Christian Felber, como autor y activista político, propone en realidad un modelo en el que esencialmente el sistema de mercado (donde las aspiraciones de las empresas se basan sobre todo en el afán de lucro) son cambiadas por unos objetivos que promuevan el bien común y la cooperación. Y a pesar de que en este modelo la creatividad no aparece como uno de los actores principales, este cambio de objetivos finales puede llegar a ser mucho más inspirador e ilusionante, capaz de generar cambios revolucionarios en la manera de conceptualizar negocios y productos, obligando a repensar esquemas y parámetros establecidos… Todo un reto creativo, ¿no?
Necesitamos, en definitiva, una actitud crítica y a la vez constructiva respecto al valor social de la creatividad, para explorar su papel en una sociedad muy necesitada de ella.
Referencias
- Richard Florida (2002). The Rise of the Creative Class. Basic Books. http://www.creativeclass. org.
- UNCTAD/UNDP (2008). Informe sobre la economía creativa.
- Guiomar Alonso (2009). Creatividad, cultura y desarrollo económico (UNESCO).
- Alianza Global para la Diversidad Cultural:
unesco.org/culture/alliance - Alberto de Nicola; Carlo Vercellone; Giggi Roggero (2007).
Contra la clase creativa. EIPCP - Globa Shapers: http://www.globalshapers.org
- Economía del bien común: http://economia-del-bien-comun.org/
[1] http://www.infonomia.com/ke941-cmo-innovar-1-la-creatividad-como-fuente-de-negocio/