Pere Báscones (2014)
¿Puede el mundo del diseño ser un instrumento crítico del sistema y de la sociedad? ¿Cuál es su papel desde el compromiso de los diseñadores con la sociedad y el propio planeta? ¿Puede el diseño superar las restricciones del sistema capitalista y ser verdaderamente un agente de cambio y mejorar el bienestar de las personas más allá de las directrices del mercado?
Miran Etxezarreta, una profesora de economía conocida por sus ideas críticas con el sistema capitalista imperante, escribió en el 2010 un artículo en la revista Elisava con el título “¿Es posible un diseño crítico?”, dentro de un monográfico dedicado precisamente al diseño crítico.
Su discurso, tal y como ella confiesa, desde fuera del mundo del diseño y desde la visión crítica del mundo académico, pretendía formular un discurso y a la vez una reflexión sobre el papel actual del diseño (entendido en términos genéricos), con el objetivo de desvelar si el diseño puede ser también el agente crítico que nos planteábamos al inicio dentro de la sociedad actual.
De entrada, hablar de un diseño crítico no es nada nuevo; ya desde 1964 el First Things Manifiesto abrieron una interesante vía de debate en torno a un grupo de diseñadores que planteaban el diseño como algo más que un instrumento al servicio de una sociedad hiperconsumista que vivía en la sobreabundancia. Entonces ya el diseño, especialmente desde el mundo de la comunicación, se consideró que debía implicarse más en la responsabilidad de crear un mundo mejor. Este manifiesto despertó nuevas adhesiones, como la que se produjo en el año 2000, que volvió a poner el manifiesto de actualidad y fue revisado. También se podría decir que hoy en día hay mucho diseño crítico, a pesar de que en numerosos casos pasa inadvertido, pero por otro lado el arte y el diseño (tanto el visual como el de productos o el de moda) a menudo transitan por contextos que no persiguen el negocio, sino experimentar y ejercer una crítica respecto a los valores y los usos cotidianos de los objetos de esta sociedad.
Sería discutible la afirmación de Miren Etxezarreta, cuando dice que no se puede disociar el diseño del mundo empresarial y que este sea básicamente un instrumento que busca ocupar mayores espacios de mercado, vender más y obtener más beneficios de las mercancías.
“Puesto que en la sociedad actual (podría ser distinto en otro tipo de sociedad) me resulta difícil disociar el diseño del mundo empresarial, creo que en la mayor parte de su expresión, en las razones para la búsqueda de un diseño adecuado, está el intento de utilizar el diseño como un instrumento para ocupar mayores espacios de mercado, poder vender más y obtener más beneficios al incorporar un mejor diseño a las mercancías que se presentan en el mercado, a los espacios o a las ideas que se intentan transmitir a la opinión pública. No se me oculta que el diseño puede, podría utilizarse por otras razones, pero me resulta difícil percibirlo en la realidad”.
Miran Etxezarreta pasa por alto que el diseño está presente en todas partes, porque en realidad todo requiere un diseño y efectivamente forma parte de la cadena de producción de bienes de consumo, pero no se debe entender el diseño como un instrumento al servicio solo del mercado y de las formas de producción capitalista. El diseño, si lo entendemos como la evolución del hecho de crear objetos –en términos de diseño industrial–, empieza en el momento en que el proceso artesano deja la producción industrial, hecho que no ha sido propio únicamente del sistema capitalista, ya que las industrias socialistas también requerían diseñadores y arquitectos para el diseño de productos.
Podríamos pues cuestionarnos en todo caso el objetivo último del diseño según los contextos, y es cierto que un diseño que busca mayor cuota de mercado como objetivo último no es lo mismo que un diseño que busca mejorar la funcionalidad y el servicio de un objeto determinado.
Lamentablemente, todo es bastante complejo, dado que incluso cuando los empresarios buscan mayores cuotas de mercado puede ser que adopten estrategias que se concreten en apuestas de mejorar la funcionalidad, la eficiencia y la calidad global del producto si quieren imponerse a la competencia. Hechos, en definitiva, que sin duda repercuten positivamente en el consumidor. Además, la realidad también habla de multitud de ejemplos de productos y marcas que no han llegado al éxito siguiendo los parámetros estrictos que marca la producción y los sistemas de producción capitalista. Si pensamos en los productos de Apple y en Steve Jobs, coincidiremos en que fue el carácter visionario de este lo que impulsó toda una serie de productos que estaban siendo diseñados para mejorar (según él), a través de la tecnología, la vida cotidiana del ciudadano medio, empezando por él mismo. Por ejemplo, la manera en que se concibió el primer iPhone (recordemos un único modelo), y por poner un único ejemplo, no era para crear un simple producto más de su marca, era para satisfacer las necesidades también del propio Steve Jobs, que lo adoptó como gadget personal. Una estrategia seguramente muy diferente de la marca Sony, capaz de poner en el mercado al mismo tiempo una veintena de modelos.
Podríamos no estar de acuerdo por lo tanto en la crítica al diseño como carente de función social, pues siempre la tiene, aunque obviamente dependiendo del tipo de producto (no es lo mismo uno de primera necesidad que uno de lujo) habría grados de valoración. También habría que tener en cuenta que gracias a la producción industrial los buenos diseños se han podido popularizar y hacer accesibles a la mayoría de los bolsillos, y esto también es un hecho. No todos tenemos el poder adquisitivo para poder comprar un mueble de diseño exclusivo o de edición limitada, y en cambio sí que podemos comprar un mueble diseñado en Ikea: su sistema de producción masivo nos permite adquirirlo a un precio asequible.
Por otro lado, también es injusto meter en el mismo saco a todo tipo de empresas. Empresas como la familiar, con una producción de zapatos modesta y sostenida desde hace más de cien años, seguramente innovan y se renuevan apostando fuerte por el diseño como un valor estratégico, no tanto para alimentar un sistema productivo capitalista como para continuar con una tradición, tratando de hacer de la manera que mejor saben lo que han hecho toda la vida, aunque obviamente la gestión empresarial es necesaria para mantener el negocio.
Lo que sí es cierto es que el mundo empresarial marca unos tempos en la vida de los objetos que no responden a las necesidades de la sociedad sino a la rueda del mercado. Hay que alimentar continuamente el mercado con nuevos productos para alimentar a su vez un consumo continuado, por eso sí podríamos encontrar acertado dirigir las críticas hacia un diseño de obsolescencia programada que se preocupa poco del reciclaje y de la vida de los materiales. A menudo, la excusa es los imparables avances de la tecnología y la necesidad continúa de actualización, pero todos sabemos que esto es también un invento de la industria, experta en generar necesidades que no tenemos. ¿Cuántos de nosotros no nos hemos cambiado un móvil antes de haber agotado todo su potencial y sin ninguna necesidad, simplemente respondiendo a la de tener una versión más nueva y actual.
También hay responsabilidad desde el mundo del diseño en el uso y la optimización de materiales, eficiencia de procesos constructivos y otros factores que supone la industrialización. Pero ¿hasta qué punto el diseño es responsable de la deslocalización de las producciones por parte de la mayoría de los productos, especialmente los tecnológicos? ¿Es responsabilidad del diseño y de los diseñadores que los móviles se fabriquen en países como China, donde se explota a los trabajadores?, ¿o más bien esta sí que es una responsabilidad del sistema neoliberal capitalista, que impone unas normas de juego en pro del beneficio? ¿Y hasta qué punto no somos todos consumidores corresponsables de hacerle el juego a la industria?
Tal y como apunta Miran Etxezarreta, si los diseñadores entienden su trabajo como un instrumento que aporta contenido y valor, sería interesante también evaluar de qué tipo de contenido y valor estamos hablando. Estamos de acuerdo en que el diseño debe aportar contenido y sentido a los productos, al propio hecho que comunica, pero ¿es la estética vacía un valor?, ¿es el lujo un valor?, ¿es la apariencia un valor?, ¿o más bien el valor debería buscarse en el sentido de las cosas, en los puentes que los diseñadores pueden establecer entre tradición y modernidad, en el modo en que nos hablan de símbolos, de elementos culturales, de estéticas que acercan a las culturas y al arte, y de objetos muy pensados que funcionan, que se vuelven iconos de su tiempo y se fabrican pensando tanto en los usuarios como en su impacto medioambiental? Quizá todas estas son las preguntas que debemos hacernos desde un diseño crítico.
La responsabilidad social corporativa es a menudo simple papel mojado y la publicidad ha sido experta en vendernos un lavado de cara verde de muchas empresas, que con pequeños gestos a favor del medio ambiente pretenden lavar su imagen a pesar de seguir actuando a gran escala en contra del planeta y de los derechos de los trabajadores en muchos casos. Faltan quizá observatorios que actúen controlando de cerca lo que hacen y dejan de hacer las grandes corporaciones, y falta también más información en general para exigir no solo un diseño crítico sino también un consumidor más crítico.
Quizá entonces este diseño crítico vaya en paralelo con los posicionamientos de los consumidores que defienden un diseño más implicado en la realidad, con vocación de servicio social, desde la cooperación y el objetivo de mejorar el bien común.
Referencias
- “¿Es posible un diseño crítico?”, de Miren Etxezarreta:
http://tdd.elisava.net/coleccion/24/etxezarreta-es
- First Things First Manifesto. Texto y traducción de Raquel Pelta.
http://www.monografica.org/02/art%C3%ADculo/3398
- Monográfico “Diseño crítico”, Elisava TdD, núm. 24:
http://tdd.elisava.net/coleccion/24