El sector de la telefonía móvil parece marcado por los grandes éxitos accidentales. Durante muchos años, la gallina de los huevos de oro fue el SMS, que no se inventó para la comunicación entre personas a precio de líquido de impresora (10 céntimos por 140 caracteres son casi 750 euros por megabyte, y eso suponiendo que los mensajes ocupasen realmente los 140…) sino para enviar mensajes de configuración, esos que hacen que el móvil se conecte a Internet sin necesidad de que introduzcamos nosotros los datos de conexión.
Pero el SMS, que durante años ha reportado pingües beneficios al sector, probablemente palidezca al enfrentarse a las apps. Y no debe olvidarse que en el momento del lanzamiento del iPhone, el móvil que cambiaría para siempre la historia de este sector, Apple no ofrecía la posibilidad de usar más aplicaciones que aquellas que venían instaladas de fábrica. La compañía de Cupertino, de hecho, se pasó una buena temporada insistiendo en que el iPhone disponía de un fantástico navegador (algo que, desde luego, era cierto) y que quien desease ofrecer funcionalidades adicionales para su último dispositivo tenía a disposición toda su potencia. Tras resistir durante meses el clamor popular, una actualización de iOS permitió que se lanzaran aplicaciones nativas para iOS y el resto es historia, sobre todo para la cuenta de explotación de Apple, que se lleva un pequeño porcentaje de cada venta de aplicación y contenido a través de su tienda.
Lo que vino después fue una especie de locura colectiva por el desarrollo de aplicaciones, primero para el iPhone y luego para Android y, en menor medida, para el resto de sistemas operativos móviles. En general, esto implica que, si se desea poner a disposición del público global una aplicación, es necesario pelearse con herramientas y entornos de desarrollo notablemente variables: en general, el desarrollo para iOS se hace en Objective C, mientras que para Android se usa Java. Existen, desde luego, tecnologías que permiten atacar en simultáneo los sistemas operativos más populares (y también algunos de los de menor implantación actual): por un lado tenemos Flash, que es capaz de generar ejecutables para ambos, y después tenemos alternativas como PhoneGap, que permiten explotar las posibilidades de HTML5 y las funcionalidades que los dispositivos ponen a su alcance (esto es, desarrollando con HTML, CSS y JavaScript podemos acceder a, por ejemplo, las funcionalidades de geolocalización o a saber en qué posición se encuentra el dispositivo consultando su acelerómetro). Luego disponemos de opciones nativas exclusivas para cada sistema operativo y de soluciones mixtas que, aunque no tienen el mismo nivel de potencia, permiten mantener una única base de código, lo que ahorra notablemente costes de desarrollo y mantenimiento. En general, para una aplicación que exprima la potencia del dispositivo (por ejemplo, un juego 3D) nos inclinaremos por la opción del fabricante, mientras que en otros casos (por ejemplo, para una aplicación que nos muestre el listado de películas de los cines de una ciudad determinada, con sus horarios) optaremos por la solución que nos permita estar en la mayor variedad posible de dispositivos con el menor coste.
Curiosamente, en estos años se ha olvidado la opción propuesta en un inicio por Steve Jobs: las aplicaciones web. Una aplicación web (pongamos por caso, GMail) convenientemente programada y diseñada debería poder ejecutarse sin problemas desde prácticamente cualquier navegador de dispositivo móvil. Y, de hecho, muchas aplicaciones web lo hacen, basta con acceder a http://m.gmail.com para comprobarlo. Si bien la potencia de esas aplicaciones web no suele estar a la altura de las desarrolladas en el entorno nativo o en Flash o HTML5, todas las funcionalidades esenciales suelen estar disponibles.
Un beneficio añadido de las aplicaciones web es que, en un mundo en el que la penetración de los smartphones es cada vez más alta pero aún no global, a través de ellas podemos ofrecer nuestros servicios en mercados (buena parte de África y Asia, por ejemplo) en los que estos están aún lejos de ser ubicuos pero que presentan una alta penetración de featurephones con navegadores que, sin llegar a igualar en potencia a los de los smartphones, sí dan acceso plenamente funcional a estas aplicaciones (para comprobar el estado de la cuestión, un muy buen recurso es el informeState of the mobile web que elabora periódicamente Opera).
No se trata solo de acceder a mercados en vías de desarrollo: los propietarios de las tiendas de aplicaciones (esto es, sobre todo, Apple y Google, pero también Microsoft y Blackberry, por ejemplo) ofrecen a desarrolladores y proveedores de contenidos un fantástico escaparate para mostrar y vender sus productos pero, como es natural, cobran por ello unas comisiones (que pueden alcanzar el 30% del importe del producto vendido) que pueden llegar a suponer la diferencia entre un negocio viable y otro que no lo es. Esto ha llevado a muchos proveedores a intentar escapar de las app stores y ofrecer sus servicios fuera de las aplicaciones y desde la web. No se trata únicamente de pequeñas compañías; Amazon, por ejemplo, (fuente) ofrece desde hace tiempo sus contenidos para dispositivos iOS desde fuera de las aplicaciones, demostrando, además, que es posible desarrollar interfaces en el navegador equiparables en funcionalidad y usabilidad a lo que ofrecen las aplicaciones nativas.
Finalmente, también hay que tener en cuenta que, a través de soluciones de diseño como el diseño web responsive, mantener una única página web que dé un buen servicio a navegadores tanto de escritorio como de los diferentes dispositivos, sin llegar a ser fácil (pocas cosas en diseño web son verdaderamente fáciles), es cada vez más una posibilidad razonable, con lo que el ahorro en desarrollo y mantenimiento resulta más que notable.
Así pues, a la hora de diseñar una estrategia para que los servicios y contenidos estén disponibles en la mayor gama posible de dispositivos y, en consecuencia, al alcance del público más amplio posible, es inevitable considerar, además de las aplicaciones que se van a distribuir desde las diferentes app stores, la posibilidad de desarrollar aplicaciones web accesibles para dispositivos.
Dos lecturas adicionales:
- “Why publishers don’t like apps”
(http://www.technologyreview.com/news/427785/why-publishers-dont-like-apps/, MIT Technology Review, mayo del 2012) - “The app is dead (OK not really, but the browser is back)”
(http://readwrite.com/2012/05/10/the-app-is-dead-ok-not-really-but-the-browser-is-back, mayo del 2012)